miércoles, 30 de junio de 2010

Bitácora número uno


Tengo la mala (o buena) costumbre de despertar tarde a pesar de amanecer temprano, no puedo con mi genio ni con mi sueño, será porque me gusta la noche y su silencio y su grito o su grito silencioso, pero no suelo llegar temprano a la oficina o mejor dicho, suelo llegar más tarde de la hora que corresponde. Esto trae problemas tanto económicos como operativos, pero realmente no me importa. Puedo ser un poco más pobre por mi rebeldía al sistema y mis ganas de no abandonar la cama a horas que no son humanas.

La rutina me destroza el ánimo y la sociedad con su caos organizado a destiempo me revienta las pelotas. Pero bueno, nos llenaron la cabeza con eso de respetar horarios (que no respeto) y circunstancias de un desquiciado que por no tener vida, decidió que la mañana comenzara antes que termine la noche y ahí fue cuando todo se fue al carajo en mi vida y comenzaron los problemas existenciales y los reclamos eternos a las horas inútiles que se desperdician en el trabajo sólo para cumplir una cierta cantidad de horas, en definitiva, horas perdidas de sueño, de creatividad, de otra actividad, incluso de ocio y del necesitado descanso y esparcimiento (familiar ¿?) (Ponga aquí su esparcimiento).

Y así fue como un día, de loco no más, de rebelde sin causa rozando los 30 años, decidí no prestar tanta atención a los horarios impuestos ni a las justezas ni requerimientos de un trabajo que dispone y deshace mis entendimientos y no sólo llegué tarde… sino que también en vez de salir a la hora indicada, me fui una hora después. Re-loco.

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